«En China aprendí a cooperar en lugar de competir»

Aquella tarde de otoño, la espera para ver a mi reumatólogo se consumía entre páginas de revistas. «Por ese palpitar», era el título de una nota a Fabricio Oberto, en la que describía la arritmia que lo tuvo a maltraer en sus últimas temporadas como basquetbolista. Y en el texto, además de recordar sus noches en la NBA, mencionaba a Hernán Haded. Un empresario argentino residente en China, que en 2013 escribió un libro (Reversible, Médicos de la Esperanza vs. Médicos del Miedo) sobre su experiencia personal por un problema de salud.

Me interesó su historia y, tiempo después, lo contacté vía Twitter para realizarle una nota en la revista OrientAr. «Estoy en Kenia andando en moto. Nos hablamos en unos días», respondió en los primeros contactos. Mail va, mail viene, aceptó poner en palabras su historia en el gigante asiático, el crecimiento en el mundo empresarial, sus aventuras médicas y la filosofía en China. Pasen y lean.

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Por Hernán Haded

Me mudé a Oriente por un ofrecimiento laboral de una multinacional del acero para la que trabajaba en la ciudad de Campana. Había estudiado Ingeniería en Mar del Plata y no lo pensé dos veces: me fui a vivir a Japón a principios de 2002. Vivía en Tokio y trabajaba en una siderúrgica. Unos años más tarde, la empresa se embarcó en un proyecto petroquímico en Daya Wan, al sur de la República Popular China, y tampoco lo dudé: allá fui en marzo de 2004.

La vida en Daya Wan era la típica de un ingeniero en obra: trabajar todo el tiempo, salvo los fines de semana. Daya Wan queda a solo un par de horas en auto de Hong Kong, que fue mi oasis de fin de semana. Tenía 29 años y quería divertirme. Más que choque cultural, lo más complejo fue el idioma: la dificultad no pasa por hablarlo, sino por entender que en Asia un «Sí» no siempre significa «Sí» y que ¡nunca dicen que no!

A fines de 2004 la empresa empezó a presionarme para que volviera a la Argentina. No tenía visa, seguro médico y tampoco conocía a nadie, pero decidí quedarme a pelearla en China. Empecé a estudiar mandarín, recorrer fábricas y puse en marcha mi propia empresa. Pensaba exportar «lo que fuera». Años después me enfoqué en maquinaria pesada y equipamiento industrial. Maquinaria Directa hoy vende a la Argentina, Brasil, Indonesia, Australia, África, y acabo de inaugurar una pequeña unidad en Europa.

La medicina china utiliza hierbas, acupuntura y quiropraxia. Pero ante todo, me hizo creer que podía curarme. Escribí el libro en español, porque creo que puede servir de puente entre la Argentina y Oriente».

A principios de 2009 -época problemática para mí, ya que trabajaba sin parar por la crisis financiera del año anterior- quise apagar el aire acondicionado, toqué al aparato y me desmayé. Quizás fue una electrocución, no hay cómo saberlo. Estaba solo en mi casa. Al despertar fui a un médico que apenas me examinó.

Seguí trabajando a mil. Poco después me diagnostican una arritmia. En 2011 llegué a tener 27 mil palpitaciones (latidos extras fuera de ritmo, un segundo latido) por día. Me puse en manos de la cardiología, y aunque las pastillas que me dieron acomodaban al corazón, no me hacían bien. Me sacaban ganas de vivir. Mi amigo Roger Ho me llevó de su médico chino en Hong Kong. Tomando el pulso en las muñecas -la medicina china evalúa la salud física y emocional con los latidos del corazón-, el doctor determinó que el problema «no estaba en el corazón, sino en el cuello». Con la usual didáctica china se me explicó que era como una «manguera doblada»: se referían a un nervio. Enderezar mi cuello se volvió prioridad uno y una larga recuperación.

La medicina china utiliza hierbas, acupuntura y quiropraxia. Pero ante todo, me hizo creer que podía curarme. Y si uno cree… Plasmé esta vivencia en el libro Reversible: Médicos de la Esperanza vs. Médicos del Miedo. Los de la esperanza están encabezados por Sifu Ma, el primer doctor chino que me atendió.

Lo escribí en español, porque creo que puede servir de puente entre la Argentina y Oriente. Es una gran mezcla de aventuras médicas, viajes, filosofías orientales y artes marciales. Y de nutrición: bajé 30 kilos en este proceso. Se lo dediqué al ex basquetbolista Fabricio Oberto -sin conocerlo personalmente-, porque de no haber leído su caso nunca hubiera sabido qué es una arritmia, ni me hubiera hecho revisar. Fabricio supo de mi historia. Yo estaba en la Argentina y viajé a Córdoba a conocerlo.

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Precisaba tiempo para ir al médico. Tuve que aplicar el principio de Paretto o del 20/80: enfocarme en el 20% de clientes que me generan 80% de facturación y remover de mi vida el otro 20% que genera 80% de problemas y preocupaciones. Así pasé a trabajar 20% de lo que lo hacia antes. Además ya no postergo nada. Me recuperé en 2012- 2013 y desde entonces crucé los Himalayas y Kenya en moto.

De los pilares filosóficos chinos –budismo, confucionismo y taoísmo-, el que más me interesa es este último por su vinculación con artes marciales y medicina china. En un plano más terrenal, adopté otras costumbres: sacarme los zapatos (siempre quedan fuera de casa); la combinación de comidas (voy de lo más líquido a lo más sólido); cooperar en lugar de competir; no quejarse (los chinos, aún en momentos terribles, nunca se quejan); cumplir las promesas; practicar Qigong (ejercicios de la medicina china); interesarme por el Taichichuan y hacer acupuntura cuando hace falta.

Si alguien piensa en venirse a China, le aconsejo dejar la nostalgia en la Argentina y disfrutar. Desactivar la viveza criolla. Respetar al anfitrión y comer todo lo que le ponen a uno adelante. Llevar regalos al visitar clientes o proveedores. Expandir y cultivar el guanxi (redes de contactos). Usar WeChat en vez de WhatsApp. Cumplir con lo que uno promete. ¡Y tirarse del tobogán de la Muralla China en Mutianyu!

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La entrevista fue publicada en la edición Noviembre/Diciembre 2015 de la revista OrientAr.

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